Maldito tu recuerdo que se pasea una y mil veces por mi mente, que vaga sin rumbo y cada vez me deja más detalles de la que es hoy tu ausencia, para que jamás olvide el día que tu cuerpo quedó en mis brazos y tu espíritu se me escapó de entre las manos.
Aún puedo oler el asfalto quemado y oír la histérica sirena de la ambulancia.
Puedo llegar a sentir ese vuelco que dio mi corazón al ver tu cuerpo caer, tus manos frías que no correspondían a la fuerza de mis manos estrechándolas, mis pupilas inundadas, y tu largo y dramático silencio.
La sangre que desaparecía arrastrada por mis mil lágrimas en tu rostro, mientras que durante el segundo más largo y triste de mi ahora inútil existencia, abriste los ojos, tu débil voz susurró “nunca me olvides”, exhalaste tu último suspiro, tu corazón abandonó su leve latido, y con él se llevó mi vida. Y aún en vida me siento muerta desde tu ida, cierro los ojos cada amanecer e imagino las yemas de tus dedos acariciando mis mejillas sonrojadas, y cuando los abro, solo es la brisa de una cálida mañana de verano, como en las que te sentabas a mi lado con un café entre las manos y un dulce beso en la frente. Ya no existen las mañanas ni las tardes, solo oscuras noches, la lluvia no moja ni las más fuertes ráfagas de viento hacen bailar mis cabellos, porque desde que tú te fuiste el tiempo se detuvo, perdí mis cinco sentido y tan solo me quedo un corazón que late desalentado.
Solo en las tinieblas de mis sueños apareces, estoy tan cerca de ti, y tú tan lejos de mí.
